jueves, 16 de noviembre de 2023

El bar triste.

Hoy he vuelto a aquel bar. Han pasado 25 años y ahí sigue. Está en el mismo sitio y con el mismo nombre, lo que es muy raro porque nada hay ya igual en todo el barrio, calle Alcalá, zona de Pueblo Nuevo. Era un bar de aquellos de antes, en los que abrías la puerta y, desde detrás de la barra, un camarero uniformado y con 40 años de experiencia te gritaba aquello de pasen señores, al fondo hay sitio. 

Aquel bar tenía, como muchos entonces, cartelones con fotos de raciones de oreja a la plancha, chopitos, gambas, chipirones, champi o chorizos a la sidra. Entrabas y, con el olor de la cocina, el humo del tabaco y una cerveza, casi habías ya comido. El camarero era tu amigo desde el momento en el que llegabas y más cuando te ponía un aperitivo gratis, como era costumbre, además de decirte sin que le preguntaras que hoy las gambas eran especiales y que te ponía, caballero, una docenita. Y era siempre verdad, hacías bien en hacerle caso. Era un torbellino que no dejaba de hablar con la gente todo el rato, sea de fútbol, de política, de mujeres o de las obras de la calle. Tendría seguramente a veces todos los dolores de mundo por estar 10 horas de pie pero nunca se lo notabas. Era una alegría llegar allí. Y siempre, siempre, te despedía a voces con un "su vuelta, muchas gracias, caballero, buenas tardes".

Así que, con esos recuerdos frescos, hoy he abierto de nuevo esa misma puerta a las 11 de la mañana. Como digo, parece el mismo: igual distribución, ninguna reforma de importancia pero... nada que ver. Para empezar, nadie me dice una palabra cuando abro. Ni hola ni nada. Hay 5 clientes: dos solos en la barra, cada uno consultando su teléfono móvil, con una cerveza cada uno; otro, lo mismo en una mesa y una pareja mayor en una mesa apartada con cafés y algo de bollería. Silencio, si no fuera porque en la tele están hablando del descuartizador de Indonesia.

Llevo a la barra y mis peores temores se confirman: dos camareras tristes nacidas al otro lado del Atlántico. Y digo tristes y las compadezco, por supuesto. Está claro que son peces fuera del agua. 3 minutos después de llegar a la barra, se acerca una y me mira lánguida. Ha musitado algo bajito y entiendo que me habrá preguntado que qué quería. Así que le he pedido un pincho de tortilla y una cerveza. Y me lo ha puesto diligentemente en completo silencio.

Me fijo en los carteles. Son mucho más coloridos que entonces pero ya no hay raciones. Ahora hay bocadillos, sandwiches, hamburguesas y pinchos tipo "montaditos". Adiós oreja, adiós champiñones, adiós chorizo a la sidra, adiós a los riñones a la plancha. Bocadillos... Antes sólo había bocadillos de jamón, de lomo o de tortilla francesa. Ahora tienen 16 clases de bocadillos, incluidos los "vegetales" y otros desconsuelos parecidos. Y, además de cerveza, tienen "radler" varias y trampantojos similares. Es la era de las trampas al solitario.

Bocadillos y, como digo, tristeza. Mucha. Hace 25 años, a esas horas, el bar estaba lleno de gente trabajadora en su pausa del almuerzo. Con sus prisas, sus voces, sus saludos exagerados, sus "ponme otra, que me voy", el sonido de monedas en el mostrador y en el bote, el de las tragaperras, la televisión, las risas... La vida. Ahora, en vez de trabajadores, hay gente ociosa y con mucho tiempo que perder y eso se nota. Hemos cambiado costumbres, demasiadas.

No hay vida. Es un lugar desangelado, frío y aséptico como la cafetería de un aeropuerto. Como una nave espacial de esas que tienen la comida en pastillas y en las que sólo se oye un zumbido de fondo. Así que he observado con detenimiento cada rincón intentando recordar los ratos que allí pasé y las personas con las que había estado porque es muy probable que jamás vuelva a entrar.

Hemos ganado en colorido, tanto en cartelería como en tonos de piel pero hemos perdido la esencia de lo que somos. Ya no siento ese bar como mío. Ni ese ni muchísimos otros. No sé a ustedes pero a  mí no me compensan estos cambios.


lunes, 20 de marzo de 2023

¡VOLVERÉ!


VALENCIA, ABRIL DE 2009...

El General Mc Arthur pronunció, tras ser desalojado de Filipinas por los japoneses en 1941, su famoso “¡Volveré!”. Y lo hizo. Tres años más tarde, las fuerzas aliadas bajo su mando desembarcaron en la isla de Leyte, el 20 de octubre de 1944, cumpliendo su juramento. 

Hoy me voy de Madrid. Con ilusiones, con ganas de mejorar, un poco como se iban nuestros emigrantes en los años sesenta. A buscar el sustento, en este caso emocional, que no económico. E igual que ellos me sentiré. Me dejo aquí parte de mi corazón. 

Me voy de Madrid y me cuesta creérmelo aunque yo mismo lo esté escribiendo. Hoy Madrid tiene otro color, un color más gris. La gente va a lo suyo, como todos los días. No parece importarle que me vaya de aquí. ¿Pero es que no lo ven? Hoy todo huele a despedida. Miro cada cosa sabiendo que es por última vez. Se cierra un capítulo de mi vida que ha durado 45 años, todos los que tengo. Pero 45 años no son muchos en un lugar más que milenario como este. 

Ahora nada será igual. Hay una cosa que será mejor: que estaré con mi familia. El precio será alto, muy alto. El precio es nada menos que abandonar la ciudad en que nací, crecí, la que conozco, admiro, padezco, deseo y sueño. La capital del Imperio. La generosa y abierta Madrid, siempre dispuesta a adoptar como propios a los hijos ajenos, cual Loba Capitolina. El lugar de España donde menos importa la procedencia. Da igual de donde vengan. Parodiando el viejo chiste de bilbaínos, Madrid concede a todo el mundo el derecho a ser madrileño, sea donde sea donde haya nacido, solo que en este caso no es un chiste, sino la más pura realidad. 

Además, tengo un hijo madrileño. No deseo que vea a Madrid como algo ajeno. Madrid es la ciudad de su abuela, de su padre y la suya propia. Deseo que crezca sabiendo y apreciando el lugar del que proviene, sus raíces, su historia y, quien sabe, ojalá que buscando hacer el camino inverso al que he hecho yo. También espero que nunca me culpe por haberlo sacado de allí porque me rompería el corazón. Que sea feliz esté donde esté, pero que la “morriña” le entre y alguna vez y decida volver. Y yo que viva para acompañarlo. 

Es difícil abandonar Madrid de buen grado, como es difícil abandonar a un hijo o a una madre. Y dejar Madrid y a la vez a los padres es, me atrevo a asegurar, de las cosas más dolorosas que uno puede sufrir.

Madrid, el Madrid antiguo y sabio es ese libro abierto donde cada día aprendes algo. Donde cada esquina y cada plaza dan para escribir varios capítulos. La Historia tiene aquí un buen filón. Haber sido la capital del Imperio más vasto y poderoso del mundo durante 300 años no es algo baladí. Imprime carácter. Desde aquí se conquistaron continentes enteros. Desde esta ciudad, con poco más de 200.000 habitantes, se mantuvo a fuerza de espada y arrojo la fe católica en medio mundo. Se contuvo al turco en Viena, a los protestantes en Flandes, a los piratas en el Caribe y en todo el Mediterráneo, se luchó en África hasta Libia, en Europa hasta Grecia o Inglaterra, se fundaron ciudades en América del Norte y del Sur o en Filipinas. En fin, desde aquí se gobernó medio mundo y la Corte de Madrid era la más importante de todo el Orbe, donde todo el mundo quería venir a medrar. No, no es fácil abandonar Madrid porque Madrid lo ha sido todo.

 

Madrid es también, al fin y al cabo, una extensión de la cercana Castilla. Y su carácter austero, relajado en parte por la inagotable llegada de gente de otras partes de España,  está presente en los madrileños de varias generaciones. Un carácter socarrón, cínico incluso, sabihondo, preciso en las palabras y parco en los gestos. Que da cosas por sabidas porque aquí se sabe todo. Chulo, sí. Si chulería es presumir de lo mejor, pues debe ser eso lo que hay aquí.

 

Madrid es viejo y nuevo a la vez. Y las dos cosas me gustan. Es un poliedro completísimo donde encontrar templos egipcios de 4000 años e inverosímiles gigantes de acero y cristal de 250 m. Es tan grande que cabe todo y tan pequeño como para caber él mismo en el corazón. En este caso, en el mío.

 

Me llevo una parte de Madrid conmigo que luciré cual condecoración y de la que presumiré en todas partes y en todo momento, pero también dejo aquí una parte de mí. Hay que estar muy loco para abandonar el mejor sitio del mundo. Yo debo de estarlo. 

Pero no me voy para siempre. Si pensara que me voy para siempre, debería hacer parada en Ciempozuelos y quedarme allí. Un madrileño como yo no se va de Madrid si no es de vacaciones. El resto del mundo es muy bonito pero es tan solo eso: el resto del mundo. Y todos los demás lugares son bellos, o cálidos, u hospitalarios, o lujosos, o alegres o…pero no son Madrid, mal que me pese. Y no pueden ser un lugar para vivir. El resto del mundo es tan solo una pasable segunda residencia. 

Por eso he decidido que me voy de vacaciones. Me voy a Valencia con mi familia. Me tomaré unas largas y espero que fructíferas vacaciones, que interrumpiré de cuando en vez para volver por el foro a tomar algo con Neptuno o dar un paseo con Cibeles. Para ver cuantos kilómetros de Metro más se han construido (ahora, desde mi casa a Sol sin transbordos) o para comprobar si los bocatas de calamares o el chocolate con churros siguen sabiendo aquí a gloria bendita, como en ningún otro sitio. O a darme el placer de beber agua del grifo, algo con lo que ni siquiera sueñan en ningún lugar del Mediterráneo.

Necesitaré venir a Madrid de vez en cuando como los cetáceos necesitar subir a la superficie. Una cuestión de supervivencia.

Espero que no me guardes rencor, mi Madrid del alma, por abandonarte ahora pero es por una muy buena causa. Y prometo que alguna vez se acabarán estas vacaciones. Quizá en 10, 20 o 30 años, pero se acabarán. Y entonces cumpliré, como Mc Arthur, con la promesa que hoy hago. ¡Volveré! No sé como ni cuando, pero lo haré. 

 

 

 

 

miércoles, 2 de febrero de 2022

NO A LA GUERRA… O SÍ

 Publicado en Minuto Crucial el 26/01/2022

Esto es lo que ahora toca de nuevo leer y oír. Y lo exhiben impúdicamente como si los demás estuviéramos sedientos de sangre. Lo hacen con esa superioridad moral que da el no saber nada de Historia o no haber entendido una línea de lo que leyeron.

 Hemos llegado a tal punto de estupidez que consideramos igual al que inicia una guerra que al que se defiende, al que amenaza que a quien pide ayuda con él. Todo el mundo alaba a quien sale en defensa en la calle, a veces teniendo que usar la violencia, de una mujer agredida o de un niño maltratado pero, cuando se trata de defender a un país de otro, la cosa cambia. Especialmente si se tiene más querencia por el agresor que por el agredido, claro.

 El "no a la guerra" encierra ignorancia o sectarismo. En los peores casos, ambas cosas. Unos pretenden creer que son buena gente pidiendo que se dialogue con Putin. Como si fuera lícito pedir a un violador llegar a un acuerdo para que viole menos. Dialogar con Putin, dicen...

 Como si se pudiera dialogar con quien fue miembro convencido del KGB en la comunista República Democrática Alemana, de la que Alberto Garzón tiene camisetas. Como si se pudiera dialogar con quien ordenó la intervención con gas letal en el asalto checheno al teatro moscovita de Dubrovka, en 2002, causando la muerte de más de 100 rehenes. Como si se pudiera dialogar con quien impuso su autoridad a sangre y fuego en la misma Chechenia o no dudó en atacar a Georgia para defender su posición en Osetia del Sur. O de quien no dudó en apoyar al régimen Sirio no sólo contra el Estado Islámico sino contra la oposición.

 Y qué decir del Putin que ordenó ocupar en 2014 Crimea saltándose el acuerdo de mayo de 1997 por el que Rusia y Ucrania reconocían respetar su integridad territorial. O del que ordenó asesinar a periodistas y opositores para dejar la prometedora “perestroika” de Gorbachov y Yeltsin en un vago recuerdo, sustituyéndola por una tiranía disfrazada. Putin no dialoga, sólo impone. Nunca ha habido democracia en Rusia y ahora tampoco.

 Pues este es el personaje que sale beneficiado por los occidentales buenrrollistas del “no a la guerra”. Por esos que creen vivir en un mundo de Disney donde los derechos se protegen solos y que basta con decir esas cuatro palabras mágicas o tocar el “Imagine” al piano para que los tanques rusos vuelvan a sus bases.

 Esos fieles aborregados están dejándose llevar por gente como Pablo Iglesias o Enrique Santiago, el Secretario General del PCE nada menos, que no dicen que apoyan a Rusia porque incluso a ellos les da vergüenza ser tan claros sino que prefieren también proclamar lo del “no a la guerra” para pastorear así a los imbéciles que les creen. Como si Enrique Santiago, defensor de las asesinas FARC, tuviera alguna credibilidad o no conociéramos sus querencias por regímenes tiranos como Cuba, Venezuela o Nicaragua.

 Decir hoy “no a la guerra” es abandonar a Ucrania a los pies de Putin, es ignorar que la cobardía nunca conquista derechos. Ser neutral hoy es mantener el papel que en su día sostuvieron quienes cedían territorios a Hitler y firmaban  tratados con él pensando que así lo amansarían.

 “Si vis pacen, para bellum”. No se puede ser neutral cuando un hombre pega a una mujer en la calle y no se puede ser neutral cuando Rusia amenaza a Ucrania. Si cedemos, mostraremos de nuevo la legendaria debilidad europea que tantos males causó. Urge una posición de fuerza de la OTAN y la UE que no se quede sólo en palabras. Urge un envío coordinado y masivo de tropas a Ucrania, así como a las repúblicas bálticas y a Polonia a defender sus fronteras porque las fronteras de Ucrania son las nuestras. Si no las defendemos allí, algún día las tendremos que defender aquí. En algún momento hay que plantarse para no ser aplastado y ese momento tiene que ser hoy.


martes, 21 de diciembre de 2021

Ni Contigo ni sin ti.

Me van a perdonar si salgo un rato de la macropolítica y entro en la política de cercanías o distancias cortas. Si dejo de hablar del presidente del Gobierno, de sus socios o de la oposición y, con las gafas de cerca puestas, hablo del gobierno municipal del lugar en el que vivo, La Pobla de Vallbona, un agradable pueblo de 26.000 habitantes a 20 Km de Valencia. O no, porque a lo mejor resulta que hablo de lo mismo de siempre solo que con menos ceros. Quizá es que los protagonistas tienen otros nombres, pero los mismos defectos. Bueno, que no lo sé… Yo se lo cuento y ustedes juzgan, que ya son mayorcitos.

Resulta que en las últimas elecciones municipales se presentó aquí el partido “Contigo somos democracia” o, simplemente, Contigo. Este partido empezó, por ahorrar líneas, como un aluvión de desertores de otros como Ciudadanos, UPYD, alguno del PSOE, partidos locales, etc. Cogieron lo peor y más rastrero de cada casa en general. En algunos casos recauchutaron gente que había abandonado UPYD y luego Ciudadanos, o sea, dobles graduados en traición, culos de muy mal asiento, escasa firmeza de ideas y unas concentraciones tan altísimas de autoestima como escasas de vergüenza. Con estos mimbres, se lanzaron a por el voto “de centro” en muchos lugares, aprovechando el hueco dejado por esos dos partidos principalmente. Y con esas premisas, aquí pusieron como mascarón de proa a un chaval del pueblo, de entonces unos 20 años, que tiene detrás un entramado familiar y social suficiente como para obtener 600 votos, cantidad necesaria para conseguir una concejalía aquí.

Dicho y hecho: en 2019 sale elegido Jaime Ruix en las listas de Contigo. Y CUPO, un partido local desideologizado, centrado originalmente en urbanizaciones, pasa de dos concejales a uno, en parte también por estos votos perdidos. Gran éxito de la familia y amigos antedichos. Pero fracaso para el centrismo, como ahora se verá. La concejalía de Ruix no resultaba necesaria para la formación de la mayoría, compuesta principalmente por Compromís y PSOE, en las antípodas ideológicas de un partido como Contigo, además de CUPO. Pero hete aquí que el niño salió “bizcochable”, o sea, receptivo a las tentaciones. Así que es nombrado sorpresivamente parte del gobierno municipal como concejal de Movilidad, Fallas y Juventud. O sea, concejal de fiestas y el que cambia de sentido las calles, pinta carriles bici y gestiona el bus municipal, algo de una dificultad titánica al alcance de muy pocos. Resultó así que un partido nacido de la centralidad política se coaliga aquí con los nacionalistas del peor pelaje y exaltadores de la diversidad como arma política para sus fines separatistas.

Ejemplo de ello fue, por ejemplo, una de sus intervenciones más vergonzosas en el Pleno Municipal, en la que, como respuesta a la petición por parte de VOX de que las señales de tráfico, además de en valenciano, se rotulasen en castellano (propuesta que también hicimos desde UPYD años atrás con el rechazo del nacionalismo), el niño en cuestión contestase que no hace falta rotularlas en castellano porque “las señales ya las entiende todo el mundo con el pictograma”. De haber tenido yo ocasión, le habría recriminado que tratara de imbéciles a los valencianoparlantes que, por lo visto, cree él que no entienden el pictograma y hay que explicárselo en su idioma.

Hago un inciso más personal para decir que hace algo más de un año (mi memoria no es lo que era como para precisar más ni tampoco quiero hacerlo), se puso en contacto conmigo un dirigente de su partido a nivel nacional, interesado en si yo estaría dispuesto a colaborar con ellos de alguna manera porque tenemos ideas coincidentes. Dicha persona, de trato cercano y muy razonable, me merece todos los respetos.

Mi respuesta fue, desde luego, que no, por varias razones. La primera es porque tienen al mando a personajes abyectos como José Enrique Aguar, ex del PSOE y de Ciudadanos, tránsfuga de profesión y arribista cum laude, que intentó sin éxito entablar relación en su día con UPYD. Se nos colaron algunos, pero ese no. La segunda, porque, como dije al principio, es un partido trufado de gente así: rebotados de mil y un sitios, sin ningún proyecto que no sea el personal y con una mano constantemente en el bolsillo empuñando una navaja abierta. La tercera es porque estoy bastante hastiado de la participación política activa. En su día, en UPYD obtuvimos 900 votos en este pueblo en unas elecciones europeas y luego ese esfuerzo se ha ido en toda España por el desagüe del conformismo o los cantos de sirena. El votante decidió abandonar la racionalidad y castigar una opción como la nuestra, integradora, europeísta, fresca, democrática, centrada en lo común, alejada de victimismos y divisiones artificiales y profundamente honesta y regeneradora. Así que me siento bastante poco motivado para luchar por quienes no quieren luchar por sí mismos y tragan, una tras otra, con todas las mentiras sentimentaloides que se lanzan desde casi todos los partidos actuales.

Y la cuarta y última, porque conocía perfectamente la situación de su partido en esta localidad y la deriva que Jaime Ruix había seguido, encaminada desde el primer día a hacer de mamporrero del nacionalismo. De hecho, le dije a la persona que me llamó, y creo que son palabras textuales, que “vuestro concejal aquí es más de Compromís que los de Compromis” y que no entendía cómo habían elegido a este personaje para encabezar su lista. El hombre, al que no citaré por razones evidentes, no tuvo más remedio que darme la razón en todo prácticamente porque estaba bien enterado de la situación aquí y en toda la provincia de Valencia.

Pues bien, resulta que el niño ha salido, como era previsible, otro culo de mal asiento y, ¡oh, sorpresa!, se ha convertido en tránsfuga. O sea: abandona el partido pero no la concejalía ni el sueldo que ello conlleva, sueldo que se han aumentado dos veces en esta legislatura. No debería decir que me alegro, pero es que resulta que sí que me alegro. Me encanta tener razón, no puedo evitarlo. Y más en ciertos casos. El niño en cuestión, con todas sus huestes, ha abandonado el partido con armas y bagajes porque dice que no quiere “estar supeditado a una ideología nacional”. Como si pudiese existir municipalismo sin política nacional, sin visión de estado y sin defensa de derechos comunes. Como si pudiese uno centrarse en reformar su casa cuando el edificio en el que se encuentra está siendo desmontado y destruido cada día por los mismos que reforman tu casa.

Así que anda pensando en constituir una agrupación de electores, otro partido local (la puntilla para CUPO, por si no tenían bastantes problemas), presentarse en coalición con otro (no puedo adivinar con cual…) o lo que sea.  Lo que sea con tal de seguir chupando del bote, que es lo que cierta gente no puede dejar de hacer una vez ha visto el color del dinero. Así que, señores, con todos estos datos, ahora juzguen ustedes si la traición, la mentira, el ansia de poder o la sumisión al nacionalismo centrífugo y antiespañol es un problema nacional, autonómico o local. Yo creo que es todo ello junto, pero… ¡qué sabré yo!


viernes, 3 de diciembre de 2021

Morir por Danzig

 Publicado en Minuto Crucial el 9/11/2021.

El 1 de septiembre de 1939 las tropas alemanas atacan Polonia con la excusa de liberar Danzig (o Gdansk, en polaco), ciudad portuaria de población mayoritariamente germana que quedó bajo administración de la Sociedad de Naciones y soberanía polaca tras el Tratado de Versalles de 1919, al término de la Gran Guerra. Este fue el detonante de la declaración de Gran Bretaña y Francia a Alemania, que daría comienzo oficial a la II Guerra Mundial. Las democracias occidentales, que habían transigido cobardemente con la invasión nazi de Austria y Checoslovaquia, encontraban al fin la lucidez. 15 días más tarde, Polonia también fue invadida por la URSS, en virtud del tratado que habían firmado soviéticos y alemanes. Dejó de existir como estado en menos de un mes.

Hoy, Polonia se constituye de nuevo en víctima de un ataque planificado. Las guerras de hoy no son convencionales. Como en España también sufrimos, los enemigos de occidente no usan ahora tropas y tanques. Utilizan ataques informáticos, atentados, sabotajes, noticias falsas, quintas columnas, manipulación de masas y, como guinda, el envío de emigrantes utilizados para desestabilizar al enemigo. Un día es Turquía, otro es Marruecos y, ahora es  Bielorrusia quien nos chantajea, que no es sino un protectorado de la Rusia neosoviética de Putin.

Independientemente del concepto que tengamos del sistema político actual de Polonia, manifiestamente mejorable en cuanto a manipulación de la Justicia y derechos LGTBI, este país, junto con Hungría, Eslovaquia y la República Checa, se ha convertido en baluarte contra la inmigración ilegal y las consecuencias de la misma, que ya sufrimos en muchos países europeos, desde Suecia a España, pasando por Bélgica, Reino Unido o Francia.

Por eso urge desde esta anquilosada, torpe y neoprogre Unión Europea, ofrecer su total apoyo a Polonia en este vil ataque de las dictaduras rusa y bielorrusa imponiéndoles más sanciones. Están en juego nuestra propia razón de ser y de existir, nuestros valores, nuestras tradiciones y nuestras libertades.

Durante la pasada invasión a Ceuta por parte de 10.000 marroquíes, con el total apoyo del gobierno del sátrapa Mohamed VI, Polonia nos ofreció tropas para defendernos. Hoy, en justa reciprocidad, toda Europa debe colaborar activamente, a demanda de lo que pidieran las autoridades polacas, para enviar tropas a sus fronteras del este.

No somos conscientes de que Occidente está siendo atacado e invadido de todas las formas posibles y por todas las vías existentes, como se ha visto este fin de semana en el aeropuerto de Palma. Nuestros enemigos comunes son el comunismo y el islamismo. En la frontera polaca con Bielorruria, esos enemigos se han aliado. Son unos los que han trasladado a los otros en aviones desde otros países por avión para llevarlos a nuestras fronteras.

En su día permitimos la invasión de Crimea por Rusia sin pestañear, como se permitió hace 83 años la invasión nazi de Austria y Checoslovaquía. No podemos extrañarnos de lo que venga después porque ya sabemos lo que es. Está en los libros. Lo siguiente, tras las nada veladas amenazas chinas, será  Taiwan, un país democrático al que quiere engullir la tiranía comunista china.

Entonces murieron por Danzig 60 millones de personas. Mejor dicho, por la defensa de la libertad, por la democracia y por la supervivencia de Occidente que representaba entonces, igual que ahora, Polonia. ¿Estaremos dispuestos hoy a morir de nuevo por Polonia, por Ceuta o por Taiwan? Mejor dicho, ¿estaremos dispuestos a morir por nuestra propia supervivencia?

 

sábado, 6 de noviembre de 2021

EL TERRORISTA BOYE

Publicado en Minuto Crucial el 29/10/202021



1988. Durante 249 días de ese año, el empresario Emiliano Revilla estuvo secuestrado por ETA en un zulo bajo una vivienda de la calle Belisana, cerca de Arturo Soria, en Madrid. A menos de 100 metros, un familiar mío tenía allí su casa. Alguna vez en aquellos días estuve yo en ella sin que fuéramos conscientes ninguno del calvario que estaría pasando tan cerca de nosotros ese hombre. Suplicio que sólo acabó con el pago de una cantidad a ETA que, según algunas fuentes, habría rondado los 1000 millones de pesetas y otras aventuran en el doble.

El que sí era muy consciente de aquel sufrimiento era Gonzalo Boye, un por entonces veinteañero chileno miembro de un grupo terrorista de su país, el MIR, que fue detenido en 1992 en Madrid y condenado en 1996 por colaborar en el secuestro del empresario soriano. Por esa acción recibió un suculento pago de ETA, según se dice en la sentencia. Fue condenado a 14 años de prisión y al pago de 200 millones de pesetas que no consta que haya realizado. Emiliano Revilla nunca se los reclamó.

Estamos hablando del mismo Gonzalo Boye que ahora es abogado de Valtonic, Puigdemont y, según hemos sabido estos días, también de Alberto Rodríguez, exdiputado de Podemos. Se sacó su carrera de Derecho en la cárcel, donde descubrió que la mejor forma de atacar nuestro sistema democrático es desde dentro y en la que, como el conde de Montecristo, tuvo tiempo de planificar su venganza, en este caso, contra el país que lo acogió.  Ha sido abogado, entre otros, de Marcial Dorado, el narco gallego que apareció en una foto con el ahora presidente de la Junta de Galicia, Feijóo. También lo fue de ultraderechistas colombianos y en su despacho ha colaborado como perito informático el también ultraderechista Emilio Hellín, asesino de Yolanda González en 1980. De modo que su militante izquierdismo tiene, como casi todo en esta vida, un precio valorable en billetes.

Cuando se le cita en los medios, nunca se alude a su pasado. En mentideros de juristas y periodistas se le tiene por persona peligrosa y vengativa. Incluso, al parecer, es posible que se haya dedicado a demandar con cantidades millonarias a periodistas que sacaban su historia a relucir para reclamarles un presunto “derecho al olvido”. O sea, que no le interesa que se lo encasille por su pasado.

Lo que pasa es que a lo mejor es el futuro el que se va a empeñar en recordarnos quién es en realidad, porque es posible que acabe en la cárcel de nuevo. Está imputado por blanqueo y falsificación en un caso contra uno de sus “insignes” clientes, el narco Sito Miñanco. La lista de  esos clientes, como vemos, no parece la típica de un activista de izquierdas: narcos, asesinos, golpistas… La pena podrían ser otros 6 años en los que, posiblemente, le daría tiempo a sacarse otra carrera. En esa cabeza cabe todo.

Por todo ello, sorprende quizá que una persona como Alberto Fernández, que se dice pacífica e inocente del delito de haber pateado a un policía recurra a este personaje. Bueno, digo yo que a alguno le sorprenderá, a mí no. En Podemos y en el resto de la izquierda radical llevan muy a gala lo de ser antisistema y eso no se queda en meras actuaciones pacíficas o declaraciones. Ahí tenemos a Isa Serra,  Rita Maestre o “el Pancetas” del SAT como ejemplos.

La izquierda que tenemos hoy no tiene nada de social ni de moderna sino mucho de violenta y profundamente atrasada y brutal. No es la izquierda alemana ni la francesa. Ni es el laborismo británico ni tampoco nada parecido a los demócratas norteamericanos. Es algo muy similar a la izquierda iberoamericana, trufada de odio, de resentimiento y de violencia. De esa izquierda profundamente antiespañola y radical llegaron el propio Boye, Pisarello, Echenique o Dante Fachín, entre otros. Tenemos una izquierda que no quiere construir nada sino tras haberlo derribado todo antes.

Un día aclaman las lágrimas de cocodrilo de Otegi y al otro salen a la calle a defender a los presos etarras que, para ellos, no están en la cárcel por asesinos sino que son “presos políticos”. También, en definitiva, es una izquierda que defiende a narcotraficantes a la vez que pide la legalización del cannabis. Todo en ellos es muy coherente…

Lo mejor que podemos hacer es encerrarlos lo antes posible porque, si no, acabaremos encerrados por ellos, como Boye hizo con Emiliano Revilla y como Otegi hizo con Luis Abaitua.  Eso, si no nos matan antes, porque estamos en manos de terroristas y nosotros mismos, con nuestra indolencia, nos ponemos el cañón de su pistola en nuestra sien.

El agujero del donut

Publicado en Minuto Crucial el 15/10/2021

 

Si España fuera un donut, Madrid no existiría. Esa frase taaaaaaaan ingeniosa la hemos oído desde siempre a periféricos más o menos achispados. A personas que cargan contra “Madriz” o “Madrit” con una falsa superioridad que, en realidad, responde a envidias o complejos que sus psicólogos no han sabido tratar. Ser la capital desde 1561 no es gratis y escuchar estas idioteces forman parte del precio que los madrileños pagamos por ese pecado. Eso y ser el manifestódromo de todos los ofendiditos nacionales e importados.

Los escasos y cortos periodos en los que, desde entonces, estuvo fuera la capitalidad fueron bien por los intereses especulativos del Duque de Lerma, bien por la guerra contra el francés de 1808, con las Cortes de Cádiz, o durante la Guerra Civil, cuando el gobierno republicano se trasladó a Valencia como paso previo a su obligado exilio. Fuera de esos 3 breves periodos, en Madrid se ha concentrado siempre la administración del Estado. Una decisión racional motivada sobre todo por la situación geográfica dentro de la península ibérica y que buscaba, precisamente, servir de unión y contrapeso necesario entre diversas partes de España.

Pues bien: hete aquí que, en lo que muchos consideran el estado más descentralizado de Europa, el Gobierno actual considera necesario el traslado físico de organismos, instituciones o empresas públicas a otros lugares. Las razones que esgrimen son dos, a cual más torticera: Por un lado aseguran que es para que toda España se sienta partícipe del Estado y apoyar la concordia y, por otro, para combatir ese falso concepto tan “2030” que es el de la “España vaciada”.

Y ambas cosas son mentira. Por un lado, el que haya un menor sentimiento de españolidad no es culpa de que las instituciones estén en Madrid. Es culpa de una política errada (y también herrada)  de abandono de lo que nos une. El otorgar a los presidentes autonómicos la representación del Estado en sus territorios, como dice la Constitución, no ha servido más que para que desde sus cargos se pueda dinamitar el Estado mismo y sus fundamentos, como se ha visto en Cataluña y se ve cada día desde Asturias a Baleares y desde el País Vasco a la Comunidad Valenciana.  Por ejemplo, Urkullu, que no se siente español sino sólo vasco, o Aragonés, que no se siente español sino sólo catalán, no pueden ser los representantes del Estado en sus territorios. Que ya sólo esas declaraciones deberían bastar para inhabilitarlos.

Por otro lado, lo de combatir la despoblación de las zonas rurales no se hace llevando la Dirección General de Política Energética y Minas a León o la Secretaría General de Pesca a Sanlúcar de Barrameda. Entre otras cosas porque no lo van a hacer. Es una falacia pensar que, como si esto fuera la China de Mao, se puede trasladar a miles de funcionarios de un lugar a otro sin protesta alguna. Como si al señor que opositó y trabaja para el Museo de Arqueología de Madrid, le venga estupendo trasladarse a Fregenal de la Sierra, por otra parte, precioso pueblo pacense.

Nos quedaremos sin ver el Traslado de Ministerio de Defensa a Melilla;  el de Interior, al Barrio del Raval, antiguo “barrio chino”, en Barcelona; el de Universidades, a las 3000 viviendas de Sevilla; el de Trabajo, a Marinaleda; el de Justicia, a Hernani; el de Cultura, a Magaluf  o la Secretaría de Estado Turismo a Benidorm.  O a lo mejor es que van a obligar, por decreto, a trasladar las funciones de ‘El Rey León’ (diez años lleva ya) a otros lugares. Importantes ciudades en las que algunos otros musicales que han durado también años en Madrid, o incluso han estado varias veces, han aguantado sólo 2 semanas y sin llenar. ¿De eso también tenemos la culpa en Madrid?

Y no, tampoco es eso lo que quieren. Lo que van a hacer los mismos que lamentan la fuga de empresas  privadas de Cataluña es trasladar las públicas, o los organismos que deseen, a sus nichos de votos. No a pueblos o ciudades pequeñas para beneficiarlos, sino a lugares importantes y ya poblados  cuyo voto interesa fidelizar para beneficiarse ellos. Por ejemplo, a Valencia. Es prácticamente seguro que en el próximo Congreso del PSOE, a celebrar en esa ciudad, se anunciará algo en este sentido, así que no se rían de lo Benidorm que dije antes. No es la valenciana, precisamente, una comunidad con problemas de despoblación. Lo que si sucede es que las encuestas dan un empate técnico en las próximas elecciones, con grave riesgo de que una alianza PP-VOX acabe con el vergonzante pacto del Zoológico, digo… del Botánico.

Es sólo ese interés electoral el que mueve todas y cada una de las decisiones de este Gobierno. El mismo interés que hace que haya ido su presidente cuatro veces a La Palma pero que no fuera ni una sola al Zendal, a los hospitales de Madrid en pandemia  o a inspeccionar los daños causados por Filomena.

No quieren descentralizar. Quieren comprar votos. Si quisieran ayudar a la España despoblada, fomentarían las comunicaciones en una Extremadura que aún tiene vías de tren del s. XIX y llevarían el AVE a Portugal, nuestro hermano atlántico. O fomentarían la extensión de nuevas tecnologías a zonas rurales, crearían semilleros de empresas de industria agropecuaria en Andalucía, Castilla y León o Aragón.  O fomentarían la creación de filiales de grandes empresas en territorios menos poblados, asegurando un mejor trato fiscal, excelentes comunicaciones y facilitando infraestructura y suelo gratis, que lo hay en abundancia, durante 40 o 70 años,  sin pasar por las miles de ventanillas locales, provinciales, autonómicas y nacionales que son necesarias para cualquier trámite. Hay muchas cosas que se pueden hacer y que no harán.

Nada queda hoy de aquel espíritu de la Generación del 98, la que, desde todas partes de España, buscó definir su identidad centrándose en Castilla, en sus gentes  austeras, en sus costumbres, en su tradición y en sus llanuras ya entonces despobladas. Ahora es un insulto común entre los independentistas catalanes, cuyos votos sostienen a este gobierno, llamarnos a los demás “castellanos”, con ese retintín que les sale del odio inoculado lentamente durante los últimos 40 años y permitido por gobiernos indolentes del PP y cómplices del PSOE.

Como dice Ayuso, a Madrid lo dan ya por perdido. Ya sólo les queda rentabilizar esa pérdida despedazándolo  y repartiendo sus miembros entre los secuaces, que esperan con las fauces abiertas, del Gobierno más antiespañol, más cobarde y más traidor que hemos tenido desde Fernando VII.